La secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, viajará a Pekín, capital de la República Popular China, del 6 al 9 de julio para reunirse con altos cargos chinos. Así lo anunció este domingo el Tesoro a través de un comunicado. La primera visita de Yellen a China es la segunda de un miembro del gabinete del presidente estadounidense, Joe Biden, en pocas semanas. La anterior visita, del secretario de Estado, Antony Blinken, fue positiva, pero su resultado quedó empañado por las palabras de Biden al referirse al presidente chino, Xi Jinping, como un dictador.
“El viaje de la secretaria Yellen sigue la directiva del presidente Biden, tras su reunión con el presidente Xi en noviembre pasado, de profundizar la comunicación entre Estados Unidos y la República Popular China (RPC) sobre una serie de temas, incluyendo la macroeconomía mundial y la evolución financiera”, ha indicado el Tesoro en su comunicado.
Durante su estancia en Pekín, Yellen discutirá con cargos de la RPC la importancia de que ambos países, como las dos mayores economías del mundo, “gestionen responsablemente” su relación, se comuniquen directamente sobre áreas de interés y trabajen juntos para abordar los retos globales, indica el Tesoro.
La visita muestra el interés de ambas partes por mantener abiertas las vías de comunicación a alto nivel, normalizar la relación, evitar malentendidos y ampliar la colaboración donde sea posible. Las relaciones entre Estados Unidos y China atraviesan un momento complicado por la rivalidad geoestratégica de las dos grandes potencias. Taiwán ha sido uno de los asuntos que ha generado mayores tensiones y la visita a la isla el año pasado de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y otros gestos estadounidenses provocaron el malestar chino. A su vez, el apoyo que Pekín ha brindado al presidente ruso, Vladímir Putin, para evitar su aislamiento internacional por la guerra de Ucrania ha sido visto con recelo por Washington.
La relación se deterioró aún más cuando un globo chino sobrevoló EE UU hasta ser derribado sobre aguas del Atlántico. Estados Unidos, además, ha impuesto restricciones a la exportación de tecnologías críticas a China, como microprocesadores de gran potencia, para evitar que se usen con fines militares, entre otros propósitos. Esa tecnología es fundamental para la inteligencia artificial y la robótica.
El origen de la covid y otros asuntos han generado también malestar ante el clima de desconfianza que preside la relación entre ambos países. El último episodio, además de la referencia de Biden al “dictador” chino, ha sido la revelación de actividades de inteligencia de China en Cuba de mayor calado que las conocidas y que Estados Unidos ve como amenaza.
Además de la rivalidad geopolítica, está la competición (y cooperación) económica, que será objeto de atención prioritaria en la visita de Yellen. Estados Unidos ha incentivado inversiones en territorio propio para no ser dependiente del exterior en la cadena de suministro. En algunos de los programas, como el de ayudas al coche eléctrico, exige fabricación nacional y veta específicamente ciertos productos procedentes de China. Además, aunque no tengan un efecto económico demasiado grande, Estados Unidos mantiene los aranceles impuestos a productos chinos bajo la presidencia de Donald Trump.
El anuncio del viaje pone fin a meses de especulaciones sobre si la máxima responsable de la política económica estadounidense viajaría a Pekín y cuándo lo haría. La jefa del Tesoro ha manifestado durante meses su intención de visitar China, pero las tensiones han provocado que los planes se queden en el limbo una y otra vez.
En un discurso pronunciado en abril pasado en la Johns Hopkins University, Yellen expuso los tres principios que guían la relación económica de Estados Unidos con China. “En primer lugar, garantizaremos nuestros intereses de seguridad nacional y los de nuestros aliados y socios, y protegeremos los derechos humanos”, dijo entonces. “En segundo lugar, buscamos una relación económica sana con China: una relación que fomente el crecimiento y la innovación en ambos países. Una China en crecimiento que respete las normas internacionales es buena para Estados Unidos y para el mundo. Ambos países pueden beneficiarse de una competencia sana en el ámbito económico”, añadió. “En tercer lugar, buscamos la cooperación en los urgentes desafíos globales de nuestros días (...) en cuestiones como el clima y el endeudamiento”, añadió.
Estados Unidos quiere que China adopte un papel más generoso en la solución de la crisis de deuda de países en desarrollo de los que el país asiático es un acreedor destacado. La semana pasada se llegó a un acuerdo para reestructurar la deuda de Zambia, con China como principal acreedor, lo que Washington ve como un ejemplo a seguir con otros países.
El nuevo homólogo de Yellen en Pekín es el viceprimer ministro He Lifeng, persona de confianza del presidente Xi. Ha sucedido en el cargo a Liu He, un veterano de la escena internacional que habla inglés con fluidez y que había estudiado en la Universidad de Harvard. Cuando Yellen y Liu se reunieron en enero en Zúrich (Suiza), aparentaron tener una gran compenetración. El Tesoro no ha anunciado qué agenda mantendrá Yellen, pero no se espera que se reúna con el presidente Xi, como hizo Blinken. Sí tendrá encuentros con otros responsables políticos y económicos y con empresas estadounidenses presentes en China.
Es difícil que el viaje arroje resultados concretos más allá de la mejora de la comunicación y del intercambio de posturas sobre posiciones en que hay desencuentro y que no se arreglan con un simple viaje. En ese mismo discurso en la Johns Hopkins, Yellen afirmó que una separación total de las dos economías sería “desastrosa” para ambos países. “Sería desestabilizadora para el resto del mundo. Por el contrario, sabemos que la salud de las economías china y estadounidense están estrechamente vinculadas”, dijo.
El año pasado, China envió a Estados Unidos mercancías por valor de más de 536.000 millones de dólares. En cambio, Estados Unidos exportó a China bienes por valor de 154.000 millones de dólares, según datos de la Oficina del Censo recogidos por AP.
Fuente: El País